Carta de despedida al Doctor Ángel Rubio

Un ser excepcional, se nos ha ido un ser excepcional, un sabio de otros tiempos, de los que ya no quedan y de lo que es peor, de los que ya no están de moda, porque las prisas y la deshumanización envuelven el mundo que estamos construyendo.
El doctor Ángel Rubio era un auténtico alquimista de las almas rotas, quién sabe si venido directamente de la mismísima rebotica de Rodolfo II. Era capaz, desde su enorme sabiduría y cariño, de trasformar la peor de las locuras en una lucidez de oro.
Yo lo conocí, hace ya algunos años, en la peor de las tormentas que pueden azotar la mente y el cuerpo de un ser humano; nada mas traspasar la puerta de su límpido despacho tuve la sensación de que ya lo conocía, de que hacía ya mucho que lo esperaba y de que hacía, también, tiempo que él me esperaba a mí, pues sin haberlo visto nunca antes , me contó quien era yo, lo que me pasaba y que aquella terrible pesadilla que estaba viviendo, podía tener un final feliz .
Me habló de la esperanza, del sosiego, del bienestar, de la falta de culpabilidad y de una extraña enfermedad de las emociones, que impulsaban a seres como yo, a una lenta, pero inexorable agonía, no sin antes tomarse unas copas con el mismísimo satanás.
Desde detrás de sus coquetos anteojos me miraba y si la memoria no me traiciona, me fue infundiendo valor para afrontar un proceso de recuperación que se preveía duro, a la par que me trasmitía su confianza, en unos momentos en los cuales, yo ya había perdido todas  mis batallas.
Me dijo que hacía años, que sin yo saberlo, había saltado al vacío sin paracaídas, pero que si me dejaba guiar, allí estaría él para recogerme y así fue.
Yo le creí, necesitaba creerle y aun hoy, esté donde esté, necesito esa fe.
Este ser de otro mundo más justo y compasivo me salvo de mi peor enemigo, me salvo de mi misma, a golpe de paciencia, cariño y sabiduría.
Uno de aquellos días de pesadilla recale en su despacho y entre lágrimas y angustias le trasmití mi malestar. Él me miro, me cogió de la mano y me dijo “porque no has acudido antes a mí, aquí estamos para aliviar el sufrimiento“ y bien que lo consiguió.
Nunca olvidare esa frase, que al cabo de los años y en el desarrollo de mi trabajo, he hecho un poco mía, como guiño privado a las enseñanzas del doctor.
Poco a poco y con la elegancia y buen hacer que siempre le caracterizó, el doctor nos fue dejando, se fue despidiendo de todos nosotros y de su obra; sin aspavientos, sin lamentaciones, discretamente, en silencio, como siempre hicieron los sabios; no sin antes dejar el timón de su buque en manos de la mejor tripulación de hombres y mujeres que nadie pueda imaginar, que sin duda alguna, continuaran su obra, recalando en todos aquellos puertos donde una vida destrozada los necesite.
No sé en qué cantera, el doctor, encontró gente de tamaña valía, pero me gustaría saberlo en beneficio propio.
Yo estoy segura de que, una vez sembrado el germen de la comprensión, del cariño, de la ayuda y de la recuperación, el doctor solo ha respondido a la llamada en algún otro lugar del universo, donde un puñado de desheredados de la fortuna lo necesitan con desesperación, y como no podía ser de otro modo él ha acudido solicito.
Nosotros, sus mortales resucitados nos hemos quedado un poco huérfanos, o al menos esa es mi sensación, pero con él también aprendimos el valor de compartir y el valor de la generosidad; es por ello, que aunque ahora duela, porque duele mucho, tenemos que dejarle marchar no sin antes hacerle el regalo que, seguramente él más valoraría, y es sin duda, seguir sin desfallecer con nuestra recuperación y siendo testigos vivos, para los que vengan detrás, de que existe una hermosa y productiva vida que merece la pena ser disfrutada, cuando uno se compromete a salir de esta enfermedad y se deja ayudar.
Doctor, allí donde esté, usted sabe que lo llevo siempre en mi corazón.
No querría despedir estas letras, sin mandar un fortísimo abrazo a la doctora Blanca; su compañera, su cómplice, su esposa…. usted también sabe que la llevo en mi corazón y que lamento profundamente su perdida.
Querida familia Hipócrates: siempre están conmigo… un fuerte abrazo y ánimo en este duro momento.

 

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Mi adiós a mi querido Doctor

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